Mi mamá una vez me dijo que en la vida los amigos van y vienen, que no todos son para siempre y que todos, como las formas de su amistad, son distintos, porque la vida nunca es igual. Al principio no entendí muy bien, me pareció triste pensar que mis súper amigas de ese momento no fueran a ser eternas. Poco a poco he ido entendiendo sus palabras, sabias como las de todas las madres. Sin embargo, hasta este momento conservo a la gran mayoría de mis amigos, que no son pocos ni superficiales y como alguna vez escribí por aquí, son mi orgullo máximo.
De lo que no me queda duda es de la diversidad amistosa, de cómo cada amistad es distinta, va creando sus propios mecanismos para funcionar y se va alimentando de momentos precisos para darse forma, generar importancia y un lugar especial en la parte no tangible de nuestro ser. Tampoco es un secreto que me considero muy afortunado por los amigos que tengo, que se los digo cada que puedo y que hay pocas cosas que disfruto tanto como abrazarlos, aun con las palabras cuando la distancia entre nuestros brazos es inmensa.
Hay un tipo de amistad que es especial porque además del entendimiento mutuo y la infinidad de elementos (comunes y opuestos) para la diversión, la charla interminable y la crítica más feroz, confronta. Pocas veces he formado lazos tan fuertes como esos que tengo con una amiga cuya amistad es fuerte no por el tiempo o las situaciones que hemos afrontado juntos (que no han sido pocas ni sin importancia), sino por la intensidad con que se manifiesta en cada cuestionamiento, en cada confidencia, cada regaño, cada felicitación, cada llamada, cada lágrima, cada alegría y cada recuerdo.
No puedo pensar en nadie más que me haya llevado a conocer rincones tan inhóspitos de mi ser, que me haya hecho cuestionarme los fundamentos mismos de lo que creo es mi persona, que me haya marcado uno a uno y de la forma más clara posible mis errores, que me haya, usando sus términos, desarmado por completo, ni que me haya dado siempre, con pros y contras y previamente analizadas, las mejores soluciones. Porque con ella las cosas parecen tomar lugar en un campo de batalla donde las estrategias y la capacidad para actuar ante la sorpresa son la clave para ganar. Y este tablero, a través del cual me niego a ver la vida, no es otro que el de la inteligencia, en una de sus formas más puras y elevadas. Inteligencia tan humana que aun cuando lo quiere aparentar, nunca deja de ubicar las batallas del día a día en el mapa de las emociones, dándome el privilegio de compartir los aspectos más íntimos de su mente, que son más duros de abrir que aquellos del pudor… al confiar nos hemos desarmado mutuamente, hasta llegar al punto del temor, porque aunque yo insista que la vida no es una lucha como en las sagas del bien contra el mal, ella me ha enseñado, inteligentemente, que todos tenemos armas para sobrevivir el acto mismo de vivir.
No se bien cómo pasó, en qué momento se dio, ni si el momento preciso existió, pero empezamos a hablar y desde entonces no hemos parado en una conversación prolongada donde ha habido de todo, con una riqueza sin precedentes generando crecimiento incomparable. Muchas veces desde la alegría, otras desde la más transparente tristeza, algunas con coraje y otras con mucha ilusión. Con o sin justificación, con o sin razón, siempre con genuina emoción. Una eterna conversación que cansa la garganta cenando comida gringa o italiana, algunas veces en la madrugada a la orilla del mar, otras viendo una película o desayunando tortillas con huevo. A través de correos larguísimos o sólo con miradas cuando hay más gente, y en momentos casi sublimes, solos, en la complicidad del silencio. Lograr su silencio es quizá una de las tareas más difíciles, por eso cuando lo tengo, se convierte en tesoro, en un símbolo de mutuo acuerdo y sincronía, a pesar de todas las diferencias, de todos mis errores, de las expectativas, del estómago que también piensa.
Más allá de las divergencias en cuanto a experiencia, estructuras mentales y gustos culturales, o las similitudes en tanto estamos rodeados de sicópatas, tenemos serios problemas de egocentrismo y valoramos profundamente la honestidad, creo que nos unen los temores más profundos, siempre acompañados de ilusión y la certeza de que eventualmente, todo saldrá bien. Certeza, no creencia.
Hoy es su cumpleaños, y lo único que se me ocurre es cambiar el color de la tinta, que además ya se puede ver mejor, como una forma de agradecimiento, de felicitación y de anticipación a un largo abrazo que quedó, como tantas otras cosas, pendiente.
El morado y el verde se ven bien juntos y la próxima semana cuando nadie se acuerde que fue tu cumpleaños, yo me seguiré acordando de ti, porque me haces falta (y el chisme se acumula).
Feliz cumpleaños…
Un sapo.
De lo que no me queda duda es de la diversidad amistosa, de cómo cada amistad es distinta, va creando sus propios mecanismos para funcionar y se va alimentando de momentos precisos para darse forma, generar importancia y un lugar especial en la parte no tangible de nuestro ser. Tampoco es un secreto que me considero muy afortunado por los amigos que tengo, que se los digo cada que puedo y que hay pocas cosas que disfruto tanto como abrazarlos, aun con las palabras cuando la distancia entre nuestros brazos es inmensa.
Hay un tipo de amistad que es especial porque además del entendimiento mutuo y la infinidad de elementos (comunes y opuestos) para la diversión, la charla interminable y la crítica más feroz, confronta. Pocas veces he formado lazos tan fuertes como esos que tengo con una amiga cuya amistad es fuerte no por el tiempo o las situaciones que hemos afrontado juntos (que no han sido pocas ni sin importancia), sino por la intensidad con que se manifiesta en cada cuestionamiento, en cada confidencia, cada regaño, cada felicitación, cada llamada, cada lágrima, cada alegría y cada recuerdo.
No puedo pensar en nadie más que me haya llevado a conocer rincones tan inhóspitos de mi ser, que me haya hecho cuestionarme los fundamentos mismos de lo que creo es mi persona, que me haya marcado uno a uno y de la forma más clara posible mis errores, que me haya, usando sus términos, desarmado por completo, ni que me haya dado siempre, con pros y contras y previamente analizadas, las mejores soluciones. Porque con ella las cosas parecen tomar lugar en un campo de batalla donde las estrategias y la capacidad para actuar ante la sorpresa son la clave para ganar. Y este tablero, a través del cual me niego a ver la vida, no es otro que el de la inteligencia, en una de sus formas más puras y elevadas. Inteligencia tan humana que aun cuando lo quiere aparentar, nunca deja de ubicar las batallas del día a día en el mapa de las emociones, dándome el privilegio de compartir los aspectos más íntimos de su mente, que son más duros de abrir que aquellos del pudor… al confiar nos hemos desarmado mutuamente, hasta llegar al punto del temor, porque aunque yo insista que la vida no es una lucha como en las sagas del bien contra el mal, ella me ha enseñado, inteligentemente, que todos tenemos armas para sobrevivir el acto mismo de vivir.
No se bien cómo pasó, en qué momento se dio, ni si el momento preciso existió, pero empezamos a hablar y desde entonces no hemos parado en una conversación prolongada donde ha habido de todo, con una riqueza sin precedentes generando crecimiento incomparable. Muchas veces desde la alegría, otras desde la más transparente tristeza, algunas con coraje y otras con mucha ilusión. Con o sin justificación, con o sin razón, siempre con genuina emoción. Una eterna conversación que cansa la garganta cenando comida gringa o italiana, algunas veces en la madrugada a la orilla del mar, otras viendo una película o desayunando tortillas con huevo. A través de correos larguísimos o sólo con miradas cuando hay más gente, y en momentos casi sublimes, solos, en la complicidad del silencio. Lograr su silencio es quizá una de las tareas más difíciles, por eso cuando lo tengo, se convierte en tesoro, en un símbolo de mutuo acuerdo y sincronía, a pesar de todas las diferencias, de todos mis errores, de las expectativas, del estómago que también piensa.
Más allá de las divergencias en cuanto a experiencia, estructuras mentales y gustos culturales, o las similitudes en tanto estamos rodeados de sicópatas, tenemos serios problemas de egocentrismo y valoramos profundamente la honestidad, creo que nos unen los temores más profundos, siempre acompañados de ilusión y la certeza de que eventualmente, todo saldrá bien. Certeza, no creencia.
Hoy es su cumpleaños, y lo único que se me ocurre es cambiar el color de la tinta, que además ya se puede ver mejor, como una forma de agradecimiento, de felicitación y de anticipación a un largo abrazo que quedó, como tantas otras cosas, pendiente.
El morado y el verde se ven bien juntos y la próxima semana cuando nadie se acuerde que fue tu cumpleaños, yo me seguiré acordando de ti, porque me haces falta (y el chisme se acumula).
Feliz cumpleaños…
Un sapo.
6 comentarios:
a mi tambien ... me gusta el verde, y llorar con angeles mastretta, y como escribes...:)
No se que decirte... te quiero Roo... estoy llore y llore!
que hermoso escribes!!
besos y abrazos
mandarina acida: veo que compartimos algunas cosas, ya anduve por tu blog, gracias por venir!
cumpleañera: por acá también hubo lagrimillas =)
manzanita: gracias!!! cada vez falta menos!
awww cosita.. ke monito.. ya te voy a ver.. y tenemos sorpresas.. muahaha.. te amo.. ve preparando tu mejor discurso para aceptar un premio...
to be continued..
je t'aime
etoile: premio??? vi un libro de marina mayoral y estaba re-caro =(
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