07 septiembre, 2006

Abrazo por abrazo

¿Qué pasa con los abrazos que se pierden?
Hay abrazos que no se dan, se quedan en el deseo. Abrazos que hubieran querido ser dados o recibidos. Cuando no sabes como reaccionar, cuando sientes querer a una persona pero no hay confianza suficiente, cuando no debes querer a alguien pero no puedes evitarlo, cuando estás contento y no hay razón aparente, cuando al despedirte un adiós no basta... se destruye un abrazo potencial.
O al revés, cuando necesitas que te abracen y no puedes pedirlo, cuando estás triste y no necesitas palabras, o te sientes feliz y lo quieres compartir, cuando crees no ser tan estimado como para merecerlo, cuando hay confusión... abrazos que no se logran, abrazos partidos, como la metáfora argentina.
Hay otros imposibles por la distancia. Particularmente hay dos tipos de abrazos potenciales que me duele perder, porque no son el resultado de nuestros miedos, desastres emocionales o falta de valor, son cotidianos y (no) están dados por las circunstancias. Uno es el intercultural, cuando por las costumbres de la otra cultura debes saludar sólo de mano, despedirte igual o en el peor de los casos sólo con palabras... muchas veces las palabras no son suficientes. Ni qué decir cuando te das cuenta de que el abrazo de alguien te dice mucho de su persona, y quizá se trata de alguien que sinceramente te agrada o quieres conocer mejor, y un simple abrazo representa una intromisión.
Pero más cruel es el de despedida cuando a quien quieres abrazar está ocupado, comúnmente manejando, casi siempre es afuera de tu casa o enmedio del tráfico. La pérdida se agudiza si como es costumbre quien hizo favor de llevarte tiene prisa, quizá porque en la plática previa perdieron la noción del tiempo. La situación obliga a una despedida rápida, beso cordial con las damas, apretón de mano con los caballeros (salvo especialísimas excepciones), justo cuando por la misma razón que se acelera el proceso de la despedida, una buena plática, el deseo de un fuerte abrazo amistoso, condenado a la inexistencia, se ha hecho mayor.
Por supesto no aplica para todos, y siempre está la opción del abrazo en el auto. No hay un abrazo más incómodo que el malogrado entre chofer y copiloto, con prisa, sentados y separados. Quizá si no se tratara de un abrazo entre sólo amigos, el esfuerzo sería distinto, también he tenido la fortuna de conocer gente que se baja para despedirse, para abrazar. Y no hacerlo no representa una descortesía, es simplemente parte de la rutina, un abrazo perdido.
Pero ¿qué pasa con estos no-abrazos? ¿a dónde van?, ¿quedan como en aquella película, partidos para en el futuro encontrarse? A veces me gusta pensar que se almacenan en un lugar, algo así como un banco del tiempo, o del sueño, a donde recurrir cuando se necesita un abrazo... pero no se puede, Casiopea no nos lleva a ese tesoro de abrazos, porque así como el tiempo se va y no regresa, los abrazos inconclusos no vuelven para realizarse. Esto puede no ser muy grave, pero tampoco lo sabemos con certeza, por eso mejor tratemos de evitarlos.
Comparto la propuesta que le hice a un amigo: Un recuento amistoso y para nada democrático, "abrazo por abrazo, amigo por amigo", para recordar y sentir su fuerza, así la próxima vez que estemos ante un abrazo potencial, ¡darlo! ¡dárnoslo! y no contribuir con la población de abrazos partidos, vagando flotantes y desconsolados por el mundo de lo que nunca fue.