Por poco se me va octubre sin post.
Es otoño pero este árbol no debe quedarse sin hojas.
Creo que pronto estaré de vuelta, ya tengo conexión a internet en casa, teléfono también, y antes de regresar a la virtualidad del mundo cibernético, estoy habituándome a la estabilidad.
Hacía muchos meses, desde mayo posiblemente, que no tenía un lugar, un terreno para que las raíces se alimentaran tranquilamente. Viajes, adaptación, vida nómada, dejar casas, buscar casa, encontrar una sin sentirla propia, empezar a arroparla para que me arrope...
La señal más clara, mi desconexión.
Y me gustó.
Me gustó vivir sin internet, dormir, desvelarme con libros y no con blogs o mensajeros, conectarme para estar pendiente de lo más selecto o para compartir y atender las mínimas tareas escolares del semestre.
Imaginar posts y soñarlos para no tener que publicarlos... Dialogar con la voz y la cercanía.
El aislamiento virtual me dió estabilidad real, la estabilidad trajo más cosas verdaderas, de la realidad, que implican sentirse vivo... muy vivo.
Como árbol oxigenado, nutriéndose de amigos y amor, con prioridades reinventadas, cobijado por un cielo de música del corazón, capaz de adaptarse, de dar sombra, de ayudar a respirar... sintiendo al frío asomándose para despertar.
Quizá es tiempo de volver, poco a poco, para seguir soñando, para tener luz.
Como me cantó Eugenia, bella y poderosamente, la semana pasada:
Luz que nunca sobre, para que apreciemos a la noche.
Es otoño pero este árbol no debe quedarse sin hojas.
Creo que pronto estaré de vuelta, ya tengo conexión a internet en casa, teléfono también, y antes de regresar a la virtualidad del mundo cibernético, estoy habituándome a la estabilidad.
Hacía muchos meses, desde mayo posiblemente, que no tenía un lugar, un terreno para que las raíces se alimentaran tranquilamente. Viajes, adaptación, vida nómada, dejar casas, buscar casa, encontrar una sin sentirla propia, empezar a arroparla para que me arrope...
La señal más clara, mi desconexión.
Y me gustó.
Me gustó vivir sin internet, dormir, desvelarme con libros y no con blogs o mensajeros, conectarme para estar pendiente de lo más selecto o para compartir y atender las mínimas tareas escolares del semestre.
Imaginar posts y soñarlos para no tener que publicarlos... Dialogar con la voz y la cercanía.
El aislamiento virtual me dió estabilidad real, la estabilidad trajo más cosas verdaderas, de la realidad, que implican sentirse vivo... muy vivo.
Como árbol oxigenado, nutriéndose de amigos y amor, con prioridades reinventadas, cobijado por un cielo de música del corazón, capaz de adaptarse, de dar sombra, de ayudar a respirar... sintiendo al frío asomándose para despertar.
Quizá es tiempo de volver, poco a poco, para seguir soñando, para tener luz.
Como me cantó Eugenia, bella y poderosamente, la semana pasada:
Luz que nunca sobre, para que apreciemos a la noche.